12 abril 2009

La boina a rosca




Me dijo una vez el director de un periódico: tú escribe lo que quieras, pero que lleve boina, que aquí no nos interesa lo que no huela a sudor conocido. Por supuesto, no fue el director del periódico que está usted leyendo, porque si no a buenas horas estaría dirigiéndome a ustedes, después de hablar de las cosas que hablo, pero me viene ahora a la memoria aquella anécdota con motivo de los debates postelectorales gallegos y vascos.
Los terruñismos son unas anteojeras de burro que nosotros mismos nos ponemos, tratando de imponerlas a los demás a través de las elecciones, o del menosprecio a todo lo que nos quede un poco lejos, en la geografía o en la mente. Si, como decía Pessoa, cada hombre es de la estatura de su mirada, el terruñista equivale en lo intelectual a esos indios del amazonas que reducían la cabezas de sus víctimas para usarlas de trofeos. El terruñista reduce, empequeñece, engendra enanos mentales constreñidos a unas fronteras que casi nadie sabe de dónde salieron.
¿O se creen que las fronteras y territorios que tan fieramente defienden algunos las señaló Dios con un dedo? En España, las provincias actuales fueron establecidas en 1833 por Javier de Burgos, o sea que ya ven que de tiempos inmemoriales, nada. Un funcionario, un día, se sentó en su despacho y dijo que ya era hora de organizar el Estado un poco mejor para el cobro de contribuciones y el nombramiento de gobernadores. Y de allí, que no del Espíritu Santo, nacieron las provincias que luego se han empleado para crear supuestas naciones, supuestos territorios históricos, y supuestos hechos nacionales. Un pueblo puede estar hoy en Orense o en Léon, en Burgos o Vizcaya, no por razones de sentimiento, lengua, cultura o historia, sino porque así le vino bien a Javier de Burgos, que además de subsecretario de Fomento (ni siquiera ministro) fue también director de El Imparcial, un periódico que se reía de la boina terruñista a mandíbula batiente.
O sea que no se dejen engañar: ser de Zamora no impide hablar de astronomía, de las repúblicas bálticas o de los matices de Heidegger, ni siquiera en un periódico como La Opinión. Les aseguro que se trata de todo lo contrario: estar un poco al margen, lejos del centro, permite otear el horizonte con cierta perspectiva, o la menos con la tranquilidad del que no tiene que ponerse a cubierto de todas las pedradas.
La libertad la da, por definición, el que aumenta las opciones del otro. Una persona o una institución que reduce tus opciones ante la vida es un carcelero. Y el que reduce el mundo disponible, eliminando de los libros los ríos que no pasan por su pueblo, los personajes que no nacieron en su pueblo y los hechos que no sucedieron en su barrio, es, a la postre, tan demente como el que prefiere no mirar a las mujeres de la calle porque prefiere a su hermana.
Porque al final el terruñismo es eso: boina a rosca y endogamia.

2 comentarios:

  1. Es lógico sentir apego por el terruño; pero hacer de la geografía la razón de ser es una insensatez. Así nos va.

    Saludos.

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  2. Hay quien hace de su razón de ser el orificio corporal que prefiere, así queno te extrañes ya de nada...

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