24 marzo 2007

Un circo para payasos


El otro día, escuchando el debate parlamentario sobre la excarcelación del etarra De Juana, se me caía la cara de vergüenza ajena. No puede ser que un foro como el parlamento resuma todas sus discusiones en quién hizo más el primo, quién tiene las piernas más largas para poderse bajar más lo pantalones, o quién los enterraba más profundamente en cal viva. No puede ser que en la máxima cámara de representación democrática se den cita tantos botarates para jugar al "tú más", mientras no hay ni uno, pero ni uno, que suba al estrado a decir que las miserias pasadas no justifican las presentes.
Me pareció un escándalo. El gobierno está para dar cuenta de lo que hace, y no para contarnos lo que hizo la oposición, que por algo estará en la oposición. Y la oposición está para pedir cuentas al gobierno, al actual, no para afearle lo que hizo otro de su mismo partido diez a os atrás.
Aquello fue el colmo del bochorno. Tuve la sensación de que alguno, de cualquier partido, iba a decir de un momento a otro que él sólo cobraba el tres por ciento, mientras que su antecesor cobraba el cuatro. Tuve la impresión de que en cualquier instante intentarían convencernos de que robar o matar está bien, si hay otro que robe o que mate más.
Y el caso es que lo decían muy serios, a sabiendas de que había muchos como yo, siguiendo el debate.
Y eso es lo malo.
Lo que más me joroba de los políticos no son las cosas que dicen, sino que las dicen para nosotros. Y no crean que hablan al azar, no: tienen sus buenos equipos de sociólogos, psicólogos y asesores de imagen que les indican en todo momento cómo deben expresarse y cuales son las cuerdas sensibles que deben pulsar para obtener mayor repercusión en sus discursos.
La cosa viene de lejos. Al principio de la era de los medios de comunicación de masas, los políticos se entrenaban con actores y ensayaban ante el espejo su gesticulación. Luego, algunos, en un paso más allá contrataron a coreógrafos de variedades para que les preparasen los escenarios, y se dice incluso que el doctor Goebbels, el ministro de propaganda nazi, contrató a un jefe de vestuario de la ópera para que dise ara los impresionantes uniformes negros que luego se harían siniestramente famosos.
Por eso, cuando oigo hablar a los políticos y pienso que esa es la manera en que sus asesores les dicen que hay que dirigirse a nosotros, pienso que no sólo nos toman por idiotas, sino que además es posible que tengan razón. Porque les funciona. Porque dicen las tonterías que dicen, sin ninguna solidez argumental, sin rigor intelectual alguno, seguros de que ese es el modo en que actualmente se convence al indeciso y se satisface al afín.
Y si tienen que hablar así para convencernos y para que les entendamos, es que nos los merecemos.
No hay otra.

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