24 marzo 2007

Los pisos y las berzas


Los tiempos han cambiado y ya no nos preguntamos tanto si existe Dios, de dónde venimos, o a dónde vamos. Ahora la pregunta de moda es "¿y quién co o compra todos esos pisos que se construyen?"
Lo mismo que sucedía con las cuestiones de siempre, esta nueva interrogante ha encontrado a multitud de profetas dispuestos a responderla: unos dicen que el fenómeno proviene de la actual preferencia por vivir solo, y de los muchos solteros, fracasos matrimoniales y divorciados que vemos en nuestra sociedad. Para estos, la explicación es simple: antes vivían cinco en una casa, y ahora esos mismos cinco compran tres o cuatro pisos para vivir cada cual a su aire. Puede ser.
Dicen otros que los pisos se compran parea venderlos, porque como han sido tan buen negocio durante tantos a os, el que tiene cuatro cuartos los mete en un inmueble para venderlo de nuevo a los dos a os, o a los quince días, y sacarle un buen beneficio. Seguro que también es cierto y pruebas no faltan, pero hay que apuntar que el que compra un piso para venderlo se lo tiene que vender a alguien, con lo que solamente pospone unos a os la pregunta de quién compra.
Hay un tercer grupo que, con datos en la mano, afirma que los pisos que se construyen en nuestras ciudades medianas (porque grandes no tenemos) se venden fundamentalmente a la gente de los pueblos, que invierte en Zamora, Villalpando o Benavente lo que ahorró en treinta a os de segar, cavar vi as u orde ar vacas. Según dicen, esta gente se hartó de no tener en el pueblo ni donde comprar un cartón de leche y se mudó a la ciudad, con la idea de dejar el piso a los hijos. También es verdad, seguramente.
Pero la oveja, se ores, o la madre del cordero, que es lo mismo, es que nuestras ciudades crecen sin cesar y sin embargo no aumentan en población. Al contrario: salvo casos muy puntuales, seguimos perdiendo habitantes lentamente. Porque hay poco trabajo. Porque el que hay es en la construcción, y porque la gente joven acaba marchándose al sexto pino en busca de futuro.
Así las cosas, vemos que se están levantando pisos que compran los que trabajan en el mismo sector que quienes los construyen, y que nadie sabe quién querrá cuando haya un parón en el sector. Porque cuando mueran todos esos abuelos que compraron un piso en Zamora o Benavente para dejarlo a los hijos, nos veremos en el chiste (sin gracia, pero chiste) de que los hijos están viviendo en Madrid o Barcelona, y querrán vender el piso de los abuelos parea aliviar la hipoteca del suyo. ¿Y a quién se lo van a vender?, ¿A otros abuelos que vengan del pueblo? Malamente, porque los pueblos son una cuerda que poco va a dar de sí.
¿A quién se va a vender ese capital yacente en la próxima oleada? Esa será la pregunta del futuro. Porque cuando el capital ahorrado se invierte en algo que a su vez no produce más capital, sino que es un bien muerto, la quiebra es segura. Ya lo padecimos en España una vez: el oro que vino de América, en vez de gastarse en fábricas como en Holanda, se gastó en iglesias, palacios y castillos. Y tardamos trescientos a os en pagar el pato.
Porque a los efectos, señores, da igual gastarse los ahorros en pisos que en fiestas: si el dinero ahorrado no va a algo que produzca, si el tejido industrial y comercial queda anémico, da igual que tengamos un piso medio gratis para cada uno: no habrá quien los ocupe mientras la gente joven no pueda vivir del aire. O pintarse de verde para hacer la fotosíntesis, como las berzas.

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