24 marzo 2007

Democracia condicional


Por supuesto, está muy bien eso de poder votar a quien nos dé la gana, aunque padezcamos la intolerable limitación de las listas cerradas, esas listas que nos fijan los partidos sin posibilidad de cambios y que son, en realidad, un especie de trágala al que nos someten a los ciudadanos a sabiendas de que de otro modo no votaríamos ni hartos de marihuana a la mitad de los mequetrefes que nos proponen.
Lo malo de este artefacto de la democracia viene cuando la gente vota al que no nos gusta, y entonces tenemos que empezar a inventarnos tangos y milongas para deslegitimar esos votos. Como hablar de Batasuna sería demasiado cercano, prefiero ponerles el ejemplo de Israel y Palestina, donde después de las elecciones, y tras el triunfo de Hamas, el gobierno israelí no está dispuesto a hablar de nada con un gobierno que no sea el que ellos quieren.
¿Qué clase de democracia es esa? ¿Por qué se vetó desde Occidente el triunfo integrista en las elecciones argelinas hasta forzar una guerra civil?, ¿qué clase de democracia había en Nicaragua cuando Estados Unidos amenazaba antes de las elecciones con bloquear el país y matar de hambre a la población si ganaban los sandinistas?
Eso, amigos, se llama colonialismo, por vueltas que le queramos dar. Eso se llama forzar a otro, o presionarlo hasta un extremo en el que no pueda reaccionar más allá de lo que quiere el que lleva las bridas y el ramal.
Y no vale aquí venir con pretextos de hombre débil, diciendo que esos partidos amparan el terrorismo, o cualquier otro delito, porque en ese caso lo que hay que hacer es aniquilar a los terroristas o encerrar a los delincuentes, y no cercenar cualquier salida democrática.
En Espa a tenemos un hecho claro: Batasuna obtiene alrededor de trescientos mil votos cuando se le permite presentarse a las elecciones, y dejar a toda esa gente sin voz, sin opción, y sin más salida que el cóctel molotov y la metralleta equivale a reconocer que no sabemos cómo lidiar con el problema, o que sabemos cómo se debería enfrentar pero no tenemos ni fuerza ni coraje para ello.
Prohibir un partido no es acabar con los votantes, ni con la idea que los anima. Es la táctica del avestruz, con la esperanza de que la base electoral de esas formaciones se aburra y acabe, de un modo u otro, beneficiando a los mismos que promueven su prohibición.
Pero si creemos en la democracia, tenemos que creer en la democracia plena, cuando los resultados nos gusten y cuando no. Y obligar con toda la fuerza de la ley y lo que haga falta a que las normas se cumplan luego. Pero apartar a alguien de las urnas es abocarlo a las bombas.
Y sí, ya sé que Hitler llegó al poder en unas elecciones y que quizás hubiese sido mejor impedirle gobernar de todos modos, pero entonces, qué mala suerte, Hitler seríamos nosotros.

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