13 diciembre 2006

Trasvases entre bolsillos


En fechas recientes se ha publicado el dato de que los salarios medios de los españoles, en términos reales, siguen al mismo nivel que en el año noventa y siete. Sin embargo, todos sabemos, dolorosamente, que el nivel de precios ha cambiado de manera escandalosa, sobre todo tras la entrada del Euro.
Dejando a un lado la hechicería, la nigromancia, la brujería y otras artes similares aplicadas por todos los gobiernos a la hora de calcular el IPC, cabe preguntarse cómo es posible que tengamos a veces la impresión de que vivimos mejor que hace unos años cuando en realidad nuestros bolsillos están más flacos que nunca y la cuenta de deudas de los españoles bate todos las plusmarcas conocidas.
En tiempos como estos, en que las impresiones se crean en los estudios de cine y otras bulerías virtuales, hay que tener cuidado con lo que uno opina, pero creo que hay dos caminos principales por los que hemos llegado a pensar que estamos mejor cuando en realidad nos hacemos más pobres cada día:
El primero es la deflación de costes. Esta clase de palabras las usamos los economistas para que no se entienda nada y quedar como señores, pero cuando se escriben en un periódico hay que explicarlas, así que vamos allá: aunque muchos bienes de alto valor, como los pisos, han multiplicado sus precios, hay que reconocer que otros, como muchos alimentos (leche y legumbres por ejemplo) no han subido significativamente de precio. Además, un montón de bienes han bajado de manera drástica, como la ropa. Dicen los malpensados que por eso se autoriza a los chinos a abrir a todas horas y a vender a cualquier precio (y a las grandes superficies a imponer su ley contra el pequeño comercio): para que la gente llegue a fin de mes y no reclame aumentos de sueldo. Aquí tenemos por tanto el primer trasvase: importar a países de mano de obra barata, o importar esa mano de obra, para que los salarios puedan mantenerse bajos sin que el consumo se resienta. A eso se le llama apariencia para hoy y quiebra para mañana.
El segundo trasvase es el de las familias. Como es un tema complicado, les ruego clemencia con mi intento de explicarlo: los salarios que pagan las empresas a los jóvenes que empiezan sólo son aceptables si estos se valen de sus familias para seguir viviendo. Hay multitud de empleos que se ofrecen en el entendimiento de que quien los desempeña no podrá vivir con el salario que recibe, de modo que la empresa se queda con el cien por cien del trabajo, pero sólo sufraga el cincuenta o el sesenta por ciento de los gastos vitales de su empleado. Antes, las empresas conseguían que el ayuntamiento, por ejemplo, les rebajase un cincuenta por ciento el precio del solar en el polígono industrial; eso era una subvención por parte del ayuntamiento. Ahora lo que tenemos es a un padre que le dice a su hijo que vaya a trabajar por quinientos euros, que ya le pondrá él la habitación, y los garbanzos sobre la mesa. Así, si se fijan, lo que tenemos delante de nosotros es que las familias subvencionan directamente a las empresas, pagando de su bolsillo una parte de los costes laborales.
A esto se le llama hambre para hoy y hambre para mañana. Miseria.
O desfachatez.
O atraco.
Pero a los que se dicen de izquierdas se la suda y prefieren desenterrar a no sé quién, muerto en el la guerra civil.
Será porque las injusticias pasadas les dan menos remordimientos quye las que ellos mismos permiten.
Será.

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