06 diciembre 2006

Llega la revolución



Con estas palabras que suenan tan fuertes me parece que lo mejor es empezar por definirlas para asegurarnos de que hablamos todos de lo mismo: la revolución consiste en modificar una constitución por métodos no previstos en ella misma.
La nuestra, por ejemplo, prevé que las grandes modificaciones constitucionales tendrán que ser consultadas al pueblo y aprobadas en referéndum.
Sin embargo, no sé ustedes, pero yo tengo la impresión de que tratan de meternos grandes cambios de rondón, y a ser posible sin consultarnos.
Eso de llevar al pueblo por el ramal ya se vio, y se sigue viendo, con el tema de la constitución europea, un texto que pusieron a referéndum sin molestarse en informar a nadie, y que en el fondo venía a decir que los políticos tenían derecho a todo, en cualquier momento, sin consultar, y sin que pudiesen ser controlados en modo alguno por los ciudadanos.
Los franceses, que tienen más experiencia que nosotros en eso de cortar cabezas a los políticos que se pasan de listos, votaron negativamente. Increíble, pero han decidido algo que nos beneficia.
Por tanto, eso de llevar al pueblo del ramal no ha funcionado en Europa y dudo mucho que llegue a funcionar. Sin embargo, aquí, en España, parece que se cocina una revolución, o sea, un cambio constitucional no previsto.
Parece que finalmente se va a entregar Navarra a los vascos, diga lo que diga la Constitución. Y aunque lo disfrazarán con un periodo transitorio, todo indica que se establecerán las bases para que todo el que se oponga a la transacción tenga que emigrar a otras tierras. Y no nos preguntarán.
Después de la aprobación del estatuto catalán, parece también que el modelo de Estado va a pasar a un sistema federal, mil veces alabado por algunos dirigentes socialistas, y que seremos una federación de naciones, o de barrios. Y nadie nos ha preguntado ni nos preguntará si nos parece buena o mala idea tener una ley y unos derechos distintos en cada región o en cada provincia.
Da la impresión, asimismo, por lo que estamos viendo en la diaria propaganda farandulesca, de que se están sentando las bases para acabar con la monarquía y decretar en España una república. A mí, personalmente, no me parecería mal si me preguntasen, pero sospecho que van a hacer como en el 31, que impusieron la república por la fuerza y luego se quejaron cuando igualmente por la fuerza la mandaron otros al carajo. Cosas de no leer aquello de "quien a espada mata a espada muere".
Pero el cambio revolucionario que veo más inminente y que más me preocupa es la mudanza en la división de poderes: la necesidad de que los jueces dicten las sentencias que le gusten al Gobierno va a terminar de un plumazo con la independencia del Poder Judicial, y entonces sí que vamos a estar listos cuando tengamos que defender nuestros derechos contra un cacique cualquiera. Elegirán a dedo al Consejo General, y el Consejo general ya usará el látigo como convenga.
Y eso es grave. Gravísimo.
Porque cuando el Gobierno dice que las sentencias tiene que ayudar a un proceso político, a uno cualquiera o a uno como la negociación con ETA, no sólo se está quejando en voz alta de que los jueces no sea tan sinvergüenzas como ellos esperaban, sino que también proclama su propia cobardía.
Los jueces aplican la ley, pero el parlamento la dicta. Si las leyes no le gustan al Gobierno, que las cambie, que para eso está.
Y aún es más: los jueves aplican la ley y condenan a un individuo como el de Juana a 12 años, pero el Gobierno tiene la potestad de indultarlo. Si tanto molesta esta condena al proceso de paz, que lo indulten.
Pero no: es más cómodo, más limpio, y se da menos la cara cuando son otros los que aparentemente se bajan los pantalones.
Así que al final, en vez de cambiar las leyes, nos cambiarán a los jueces.
Al final, tendremos la revolución, o lo que es lo mismo, un tranquilo golpe de estado de domingo por la tarde del que la mayoría ni se va a enterar siquiera hasta el día que vayan a por él. Y entonces, como siempre, será demasiado tarde para quejarse.

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