15 diciembre 2006

Jubilar al lobo



Este caso del espía ruso envenenado con polonio, un compuesto radioactivo hasta por teléfono, puede sonar a novela vieja, pero resulta verdaderamente espeluznante si uno se para a pensarlo un momento.
Todo arranca cuando una famosa periodista, Anna Politkovskaia, es asesinada mientras investiga los abusos de las tropas rusas en Chechenia. El escándalo es tan grande que hasta la ONU condena el asesinato, mientras casi todos los dedos señalan al Kremlin como instigador del crimen. El editor del periódico en que trabajaba esta afamada periodista decide que la cosa no va a aquedar así y contrata a un antiguo espía de la KGB para que investigue la muerte. Y aquí tenemos que el espía, Litvinenko, es envenenado con una porquería radioactiva en Londres días después de que la policía británica detectase, con gran sorpresa, que entre los hinchas rusos que siguieron el partido entre el Manchester y el CSK de Moscú había varios exagentes del KGB.
Todos retirados. Todos ex.
A mí, lo que más miedo me da no es la historia en sí, que también, sino el pensar los miles y miles de espías, especialistas en sabotajes, terrorismo, armamento y explosivos que dejó en la calle el gobierno ruso después de disolver la URSS. Lo que da miedo es pensar a qué se puede dedicar esa gente y a qué empresas puede enviar su currículum, por decirlo de alguna manera.
Cuando una potencia se desmorona, sus ruinas son un perfecto vivero de gentes desesperadas dispuestas a lo que sea para no dar por completamente malgastadas su vida y su juventud. En el caso de Rusia, solemos pensar con aprehensión en qué habrá sido de los miles y miles de cabezas nucleares que construyeron en la carrera de armamentos contra los americanos, pero casi nunca nos damos cuenta de que el verdadero peligro está en la legión de profesionales, perfectamente cualificados, que se quedaron en el paro y que saben, con los ojos cerrados, asesinar a un ser humano o montar una bomba de hidrógeno.
En otros tiempos, estos profesionales era reabsorbidos inmediatamente por los servicios secretos de las potencias vencedoras. Por ejemplo, sin ir más lejos, la GESTAPO nazi estuvo trabajando hasta la vejez extrema para la CIA, con misiones tan "brillantes" como la eliminación del Ché Guevara en Bolivia (Klaus Barbie) o al organización de la policía política chilena (Walter Rauff). Se dice que hubo también antiguos nazis en el bloque del Este, y seguramente sea cierto. Y hasta en la guerra de Vietnam, en el bando vietnamita. Y uno, un tal Glücks, en el Mossad israelí, según cuentan.
En otros tiempos, como decía, había un hueco para esta clase de gente, ¿pero ahora?, ¿quién les da trabajo?, ¿quién necesita sus servicios? Me temo que Ben Laden, asimilables, derivados y sucedáneos.
Entrenamos hombres para matar y una vez que desaparece la necesidad de matar nos olvidamos de que siguen siendo hombres, y no se van a quedar en casa, cruzados de brazos, ni van a poner una frutería o una tienda de ultramarinos. Porque no saben ni de fruta ni de ultramarinos, sino de bombas y venenos, más que nada.
Al final, tras cuarenta años de guerra fría, cayó la URSS, pero aunque supios encontrar y destruir la lobera, parece que aún no se nos ha ocurrido que hacía falta para jubilar al lobo.

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