06 diciembre 2006

Agua va


Al paso que llevamos, en este país lo de "agua va" lo acabarán por decir solamente los taberneros. Y ni eso.
Desde que se ha extendido la manía por amurallarse, la manía de lo mío es mío y lo de los demás a medias, el agua se ha ido convirtiendo cada vez más en un arma arrojadiza. La idea, por supuesto, no es tanto hacer algo con ella, o utilizarla para el propio desarrollo, sino impedir que sea el vecino el que pueda mejorar.
Porque no nos engañemos: en toda esta pelea del trasvase del Ebro lo que subyace no es la intención de aragoneses o catalanes de ser ellos los que construyan las urbanizaciones, las industrias o los hoteles, sino que no se puedan construir en Valencia y Murcia y los suyos se llenen aunque sean peores y más caros.
El viejo cainismo, siempre tan de secano, resulta que ahora se moja: no se trata ya de querer lo del otro, sino de que el otro sea pobre para poder ponerlo a nuestro servicio.
Si se echa un vistazo atrás, esta clase de conductas sólo son posibles en la historia en pleno desmembramiento de las naciones. Porque, alo mejor, lo que hay que revisar es qué significa estar juntos y qué significa estar separados.
Si estamos juntos, compartimos lo que buenamente haya, y hoy por ti y mañana por mí. Pero si estamos separados, a lo mejor, las comunidades de mucho territorio y poca población, las que tenemos que mantener muchos kilómetros de cables y de carreteras con el dinero de pocos, tenemos que empezar a pensar en cobrar peajes, pontazgos y portazgos, como en los tiempos de la Edad Media.
En Zamora tenemos la ventaja de poder ir a ver corre el río cuando nos da la gana. En León, por ejemplo, la gente va a ver correr el río cuando le da la gana al río, y la diferencia es significativa, aunque no lo parezca.
Con el tiempo, si nos volvemos tontos del todo antes, nos llegaremos a convencer de que los ríos, todos, corren porque alguien no los cortó más arriba. Como la vida misma, oigan.
Mientras no nos demos cuenta de tan importante verdad, seguiremos peleando por darle una vuelta más de rosca a la boina. O a la ruina.

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