30 septiembre 2009

Las antenas, ¿son malas o no?


Decía Ortega que al hombre masa, además de por carecer de fines y de proyectos vitales, se le distingue por renegar de la civilización, pero no de sus frutos, y que maldice el progreso sabiendo que no faltará.
La afirmación es casi brutal, de puro descarnada, pero lo cierto es que viendo lo que pasa a nuestro alrededor en los últimos tiempos hay que pensar que el señor Ortega, además de filósofo, tenía un punto de profeta, porque si lo que decía era verdad en sus tiempos, parece que con el paso de los años, y van ya ochenta, es más verdad todavía.
Prohíben las antenas de telefonía en el casco antiguo, y a uno le queda la duda de por qué, o por qué no las prohíben en todas partes. Parece ser que nuestros ediles se acogen al expediente de, en vez de considerarlas dañinas, llamarlas sólo feas, porque se concede la excepción, o la duda, a las que no se vean mucho; pero luego, acto seguido, las vetan también cerca de edificios sensibles como colegios, guarderías y hospitales.
Pero vamos a ver: ¿son peligrosas o no, las puñeteras antenas? Si son peligrosas, ¿quién lo dice, cómo lo argumenta y cómo lo demuestra? Si son peligrosas, ¿por qué se permiten en unos sitios sí y en otros no?, ¿por qué tiene que tragarse una antena un vecino de un barrio cualquiera si están proscritas en el casco histórico?
Y si no son peligrosas, ono se ha podido demostrar, ¿a que rediosle estamos jugando? No sé a ustedes, pero a mí me parece el juego del “porsiacaso”, un juego con el que se entretiene el diablo cuando no tiene que hacer ni moscas que espantar con el rabo.
Si las antenas son perjudiciales de algún modo para la salud, que yo no lo sé (y ellos tampoco, vive Dios...), hágase lo que convenga para eliminarlas de todas partes (y luego que no se queje nadie de que el móvil no tenga cobertura o se corte); y si no lo son, o aún no se sabe, óbrese con la oportuna prudencia, no vaya a ser que en poco tiempo nos quedemos medio a oscuras en cobertura telefónica, lo que acabaría de rematar cualquier posibilidad de que empresas punteras, o simplemente medianas, vinieran a instalarse a Zamora.
En unos tiempos en que las comunicaciones son la espina dorsal del desarrollo, este tipo de factores son muy tenidos en cuenta por la gente que quiere trabajar y producir, pero parece que esa gente no interesa para nada a las autoridades, convencidas desde hace tiempo de que el votante medio tiene setenta años, o más, y de que sus miedos y manías son las que de veras marcan la diferencia a la hora de recontar el contenido de las urnas.
Será verdad, no lo niego, pero si en una ciudad como la nuestra, podrida ya de atraso de por sí, nos ponemos a recortar las antenas, pronto nos pondremos también con los transformadores, luego con los tubos de escape y finalmente con los sulfuros de las calefacciones. Y entonces sí, seremos una ciudad sanísima con un castillo cojonudo. Un castillo en pleno funcionamiento y en su salsa, porque estaremos otra vez en plena Edad Media.
Que a lo mejor es lo nuestro. Vete a saber.

2 comentarios:

  1. En efecto, a todo el mundo le gusta disfrutar de los adelantos técnicos, pero nadie quiere ceder a sus servidumbres: todo el mundo desea tener energía eléctrica, pero nadie quiere que el tendido atraviese sus tierras.

    Y si ya hablamos de las influencias de las ondas, algo tan intangible que parece mera brujería, para qué hablar.

    Saludos.

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  2. Los frutos, pero no la ciencia, que decía Ortega...

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