18 agosto 2009

Las tierras mostrencas


Solía yo decir que era muy difícil superar en abandono a las montañas leonesas, donde una vez, quizás lo recuerden, se asilvestró un rebaño de vacas porque nadie fue a buscarlas después de que muriese su dueño. Con el tiempo, el campo entero se convirtió en una lidia de toros bravos, que salían de donde menos lo esperaba uno, hasta que la Junta de Castilla y León abrió la veda de la vaca montesa para que los cazadores las trincaran a escopetazos, porque no había John Waynes que les echara el lazo.
La escena, de puro surrealista, parece sacada de algún párrafo mágico suramericano, pero no: se trata de esta magia nuestra, magia negra, en la que los muertos en vez de resucitar se requetemueren, y en vez de salir de la tumba, se recontraentierran.
Algún dinero valdrían, digo yo, trescientas vacas, para no dejarlas abandonadas por el monte, pero no tanto como valen los terrenos y solares, varios de ellos urbanos, que algunos han dejado abandonados por Zamora a riesgo de que se los coman, no los lobos, sino Hacienda, que tiene aún más y mayores dientes.
Y no aparecen aún más fincas y solares en tan tristísima lista de abandonos porque el asunto supone un gran trabajo para Hacienda, que si los del Fisco se pusieran a rebuscar en serio en los polígonos catastrales descubrirían que en toda España no hay quien nos gane a buena salud, porque la mitad de las tierras de la provincia está a nombre de personas con ciento treinta o ciento sesenta años de edad. ¡Qué sano el aire y qué buena tierra!, ¿verdad?
Yo pensaba que con la crisis, con la flaqueza de los suelos en las ciudades y con el encarecimiento de la vivienda en según que colmenares, la gente volvería la vista atrás, a ver qué podía quedar de los ancestros, aunque sólo fuesen unos quiñones en el monte, un terrenico en el que poner unas lechugas o un sitio donde caerse muerto, pero se ve que ni por esas, oigan. No miran para nosotros ni los que se marcharon a América, con todo lo que ha caído en América, ni los de la emigración interior, con todo lo que está cayendo en el interior.
Las urces se hacen urzonas, las jaras se arborizan, y hasta los solares de la capital quedan mostrencos por falta de quién los reclame, como si nos hubiese alcanzado alguna peste y nos faltase un san Roque que nos defendiera de esta broma constante, chavacana de puro repetida, de una tierra que se va, poco a poco, pero sin pausa, al puñetero carajo.
Quizás habría que haber soltado aquellas vacas de León en estas tierras de Zamora y allá se las entendieran fundando por su cuenta y riesgo una Serenísima República del Olvido.

2 comentarios:

  1. Me apropio de la idea para escribir un cuento (y no pago royalties)

    Saludos.

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  2. Me parece bien. Ya sabes qeu Ana Karenina, Madame Bovary y la Regenta son la misma novela y se distiunguen sólo por el autor

    :-)

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