04 noviembre 2007

Bandoleros con glamour

Acabo de leer que una cadena televisiva de ámbito nacional prepara una miniserie sobre el tipo este al que llaman el Solitario y que se dedicaba a robar miserias matando gente. Lo normal es que cada país tenga sus chorizos, sus pederastas y sus destripaviejas, pero tengo la impresión de que en este nuestro hay demasiada afición por eso de ensalzar al delincuente.
Y me dirán, por supuesto, que de ensalzar nada. Que las horas en los medios que se le dedicaron en su día al Lute no eran ensalzarlo. Y que el aplauso más o menos abierto que se brindó al Dioni después de largase con la pasta de un furgón blindado era solamente una profundización en la anécdota. Ahora, cuando se lee la crónica de la detención y posteriores andanzas de este elemento, se aprecia entre líneas un cierto toque admirativo, algo semejante a lo que se puede leer en los periódicos deportivos cuando se pretende crear un mito para que suba su cotización mediática.
Parece que desde los tiempos de los bandoleros de Sierra Morena estamos igual: jaleando al que roba y mata, porque siempre roban y matan a los demás. Por este sistema, aunque nos parezca gracioso, aunque el espíritu español sea reacio por naturaleza a plegarse a la autoridad de la ley, lo único que conseguimos es que cualquier imbécil que busque su minuto de gloria se eche la escopeta al hombro y deje tieso de dos tiros a algún pobre desgraciado.
Por este camino, lo que hacemos es fomentar nuestra propia ruina, y socavar sin saberlo la seguridad de la sociedad en la que vivimos. Porque, antes de que se promulguen las leyes o se empeñe mayor o menor vigor an cumplirlas, antes de que la pesada maquinaria oficial se ponga en marcha, ya actúa la mente colectiva en el futuro delincuente, diciéndole que no está tan mal lo que va a hacer.
¿Les parece raro? Permítanme un ejemplo: cuando un joven se plantea qué carrera o qué oficio va a estudiar, pasan por su cabeza los futuros posibles, y lo que la gente que le importa opinará de él, y lo que podrá obtener, y el estatus que alcanzará. Y la opinión de los demás pesa tanto que, mira por dónde, a sabiendas de que se gana más dinero y se tiene empleo más seguro con un oficio, siguen siendo mayoría los que prefieren ir a la Universidad. Porque luce. Porque te miran bien. Porque da prestigio.
Pues señores, con los delincuentes pasa igual: si el que está pensando en dar un atraco ve que al que roba y mata se le dedican páginas en la prensa y minutos en los noticiarios, y se les dedican con un cierto aire de admiración, cada día se animará más a asumir los riesgos y convertirse efectivamente en un atracador y un asesino.
Y la culpa, en parte, es nuestra. Por esa sonrisilla imbécil de admiración. Por esa épica gratuita que a veces les concedemos.

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