19 noviembre 2007

Fuego al contado (ruina a plazos)



Nos puede gustar mucho hablar de ética, de concienciación, y de todas esas cosas que vienen tan bien para redactar un proyecto hermosísimo y pedir una subvención al erario público, pero lo cierto es que a la hora de legislar, a la hora de crear las normas que nos tienen que defender de la ley de la selva, lo que verdaderamente funciona es que no haya nadie que obtenga beneficio con lo que empobrece al común.
El caso de los fuegos es de los más claros: mientras haya quien saque tajada de las hogueras, seguirá habiendo incendios forestales todos los veranos. Si la mitad de lo que se gasta en campañas de concienciación, en carteles, en anuncios, y en dar la pasta a empresas de publicidad más o menos afines, se gastase en evitar que haya quien saque un puñetero duro de los fuegos, nos cantaría otro gallo. O nos cantaría uno sin asar.
Porque la concienciación está muy bien, y es genial que los niños amen el monte y que la gente tenga cuidado de no lanzar la colillas por las ventanilla de los coches, pero, ¿cuántos incendios tiene como causa última un despiste o una negligencia? Quizás un diez, o un quince por ciento. Son muchos, vale, pero una miseria comparada con el casi setenta y cinco u ochenta por ciento que se consideran intencionados.
La clave en la lucha contra el fuego está en bloquear cualquier mecanismo de lucro que el fuego pueda producir.
Lo importante es cumplir de manera efectiva la prohibición de comerciar con la madera quemada o aprovecharla de algún modo. Si el árbol se quema, el árbol se pudre para los restos o se incinera en una térmica, pero nadie ve un duro del árbol quemado.
Lo importante es cumplir la prohibición de edificar, durante cincuenta o cien años, en los terrenos quemados. Usted queme el monte si quiere, pero la urbanización no la levanta, ni usted, ni su nieto, ni su puñetera madre. Y lo mismo vale para los pastos: si el monte ardió, la hierba muere de risa, pero las ovejas y las cabras no entran ahí en un siglo, no sea que el ganadero piense que quemando otro poco en otro lado habrá más hierba en unos años.
Lo importante, por último, es que no haya cuadrillas de extinción de incendios, sino cuadrillas de mantenimiento forestal. Si contratas a la gente para apagar fuegos, es natural que siga habiendo fuegos, por miedo a que si no los hay deje de haber trabajo. La idea tiene que ser la contraria: contratar a la gente para mantener, limpiar y sostener el monte, y así, si deja de haber monte, deja de haber trabajo. Verían entonces qué cambio.
Pero no: el caso es hacer que hacemos. El caso es ser tonto y celebrarlo. A la brasa.

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