15 noviembre 2007

Un país a vela


Algún día será el momento de hablar de los grandes navegantes españoles y de cómo, por aquello del respeto a las comunidades históricas, se convirtió a Castilla, principal potencia marítima de todos los tiempos, en una tierra sin mar. Geniales los tíos que diseñaron el mapa autonómico, ¿verdad?
Algún, día será oportuno, o vendrá a cuento. O quizás no, porque aquí no nos quejamos, ni nos hacemos las víctimas, no nos tomamos la mínima molestia en defender la memoria de los nuestros.
Pero tranquilos, que hoy no. Hoy, al hablar de velas, toca mencionar las que se están gastando y las que se gastarán con los continuos apagones. El modelo energético de España se parece, más que a nada, al del presidiario que va anudando sábana tras sábana y cordel tras cordel en busca de una salida que a un verdadero plan de cobertura. El incremento del consumo que se ha producido en los últimos años, debido al crecimiento de la población, a la mayor industrialización y al aumento del nivel de vida, no ha tenido más contrapartida por el lado de la producción que unas pocas centrales de ciclo combinado y la incorporación de centenares, millares de molinos de viento, que están muy bien, son muy ecológicos, pero sólo funcionan cuando sopla el aire. Y no es plan, oigan.
No se le puede decir a ninguna industria que quiera instalarse en nuestra tierra que podrá trabajar si hay viento. No se le puede decir al empresario que va a abrir un hotel que tendrá luz si sopla la tramontana.
La salida, por supuesto, está en las nucleares. Son peligrosas, de acuerdo, pero desde mi punto de vista no tanto como las térmicas que explotamos actualmente, con su emisión bestial de humos, sus nubes ácidas y su porquería generalizada.
Tengo un amigo, especialista en estas cosas, que me lo planteó un poco a lo bestia, y se lo voy a contar, si me permiten la burrada: imaginen que todos los días, al salir de casa, hay un tipo en su portal que les pone una pistola en la frente y les obliga a elegir un número del uno al doscientos cincuenta mil. Si aciertan el número que él lleva anotado en un papel, aprieta el gatillo y allí mismo les deja secos. Hoy, por ejemplo eligieron ustedes el ciento veintidós mil trecientos nueve, y él llevaba apuntado el ochenta y tres mil cuatrocientos catorce. Hoy no pasa nada. Acertar el número es muy difícil, pero el día que lo aciertes, te vas al carajo. Eso es la nuclear.
Ahora, imagínense que todos los días, al salir de casa, hay un tipo en su portal que les arrea una patada en la entrepierna, saluda y se marcha. Es doloroso, molesto y desagradable. No se muere nadie de eso a corto plazo, pero es un asco permanente. Eso es la térmica.
Cada cual según su talente elegirá una u otra. Yo, por mi parte, lo tengo claro.
Luego, por supuesto, están los que nos quieren llevar a la edad media, convenciéndonos de que consumiendo menos podríamos tener lo mismo. Esos son los de las velas. Esos son los que, desconociendo la naturaleza humana, tejen utopías para seres perfectos que no somos nosotros. Y cundo se dan cuenta, deciden reeducarnos. Concienciarnos. Esos son los que, si pudieran, nos quitarían hoy la nevera, ma ana la lavadora y finalmente fijarían un toque de queda para poder ahorrar en el alumbrado de las calles. Se dicen ecologistas pero en realidad utilizan el medio ambiente como pretexto para luchar contra el capitalismo, porque, si se fijan, esa gente nunca dijo una palabra de la contaminación soviética. Lo que quieren es detener el sistema actual, y el cómo, les da lo mismo. Esos son los que se oponen a que las líneas de alta tensión crucen los valles y los que se oponen a todos los trazados de las autopistas. Las personas, en el fondo, les dan igual, así que mejor ni mencionarlos.
Aquí, el caso, el caso real es que se consume más y no se ha logrado equilibrar esa demanda con una producción y una distribución adecuadas. El caso es que al paso que vamos, nos estrellamos. O nos quedamos en la cuneta, que casi es peor.
Cualquier solución sería buena si se abordara con coraje y con un mínimo de determinación, pero de momento, lo único que se les ocurre a nuestros políticos es quejarse de lo poco que invierten las eléctricas, amenazar con subidas de tarifas, y rezar para que los cables aguanten hasta que acabe su legislatura.
Y entre tanto, los apagones serán más frecuentes y más largos, hasta que llegue uno que nos haga polvo. Así que ustedes, por si acaso, hagan como los que se fueron a América: vayan aparejando las velas.

2 comentarios:

  1. Anónimo12:18 p. m.

    Enhorabuena por el Lasarte. No sé por qué, pensaba que ya no te batías el cobre en los certamenes modestos.

    Saludos.

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  2. Gracias, paréntesis.

    Yo me brego en todo lo que haya. Ser escritor es escribir y tratar de vender lo que se escribe, creo yo.

    Para vedette soy demasiado feo :-)))

    saluuuuuud

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