22 septiembre 2006

El lijador de bordillos




Dicen que los inmigrantes vienen a ocupar los puestos que no quieren los españoles, y es verdad. Dicen que el país está necesitado de mano de obra que se dedique a ciertas profesiones, porque aquí padecemos gran escasez de personal en ciertos sectores, y también es cierto. Pero la cosa tiene su truco y hay que apechar con la realidad.
En economía se le llama efecto sustitución, pero como la gente no sabe economía, y hace bien, porque es como mejor se duerme, estas cosas hay que explicarlas con un ejemplo.
Supongamos, por suponer, que existe la profesión de lijador de bordillos. Es un trabajo duro, porque hay que estar todo el día de rodillas, con el cepillo de alambre, tragando polvo y arriesgándose a que te atropelle cualquiera de los muchos descerebrados que van a noventa por la ciudad. Supongamos tal cosa, por favor.
Hay diez plazas de lijador de bordillos. Diez, para que nos entendamos. Como es un trabajo tan malo, se pagan tres mil euros al mes, y aún así sólo se consiguen cubrir ocho de las diez plazas. Entonces, el empresario, busca a un inmigrante de Sildavia, el país de Tintín, y como sabe que por allí se vive fatal, le ofrece mil quinientos. La conducta del empresario es impropia, inmoral, ilegal y canallesca, sí, pero para lavar la cara inventa el contrato de aprendizaje, o lo que sea, y de pronto se encuentra con que tiene las diez plazas cubiertas: ocho a tres mil euros, y dos a mil quinientos.
La patronal, entonces, tratará de buscar todos los caminos posibles para contratar lijadores de bordillo sildavos a razón de mil quinientos euros al mes. En cuanto se jubila uno de los trabajadores nacionales, o se le termina el contrato, el empresario le ofrece al siguiente, o al mismo, mil quinientos y ni un céntimo más, porque sabe que a ese precio puede contratar a otro inmigrante. Así, en poco tiempo, tendremos que todos los lijadores de bordillo serán sildavos, y los lijadores nacionales tendrán que buscarse otro trabajo o hacer lo mismo que antes por la mitad de sueldo.
Por tanto, los lijadores sildavos vinieron a ocupar unos puestos que nadie quería, pero la mismo tiempo presionaban a la baja sobre los salarios y las condiciones sociales. Como los inmigrantes compiten a la baja en los salarios, crean un efecto de sustitución y pauperización de los trabajadores nacionales del mismo sector.
En una sociedad ideal tal vez no pasaría esto, pero la nuestra, no lo es. En la nuestra, el hecho de que venga gente de fuera sustituye en ciertos trabajos al obrero nacional, que ve repentinamente empeoradas sus condiciones laborales porque el empresario tiene más personal donde elegir y al que ofrecer un sueldo.
Pasó con las patatas: las empezaron a traer de fuera y bajaron las nuestras hasta el punto de que no valía la pena ni sembrarlas. Pasó con todo y pasará con esto también.
Y miren: que los partidos de derechas lo aprueben, me parece normal, porque todo lo que abarate la mano de obra a la patronal les beneficia. Pero que sean los sindicatos y los partidos de izquierda, que supuestamente tienen el deber de defender a los trabajadores, los que aboguen por la flexibilización de las leyes de extranjería, eso ya no me cabe en la cabeza ni aunque me lo unten con manteca.
La pancarta de “papeles para todos” sólo la puede llevar un gran empresario o un gran majadero. No hay otra, me temo.

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