03 septiembre 2006

Chistes viejos

Algunas evidencias, como las setas, es mejor no tragárselas a la primera por muy comestibles que parezcan. Les llaman evidencias porque saltan a la vista, sí, pero si te descuidas, saltan, te abofetean, y te sacan un ojo. Una de estas amanitas, por ejemplo es la extraña convivencia que hoy se observa entre lo cosmopolita y lo castizo.
Estamos en un momento de integración, de uniones supranacionales, de dejar cada vez más decisiones y responsabilidades en órganos políticos y económicos como la ONU, o la Unión Europea, que no elegimos directamente y a veces ni hablan nuestro idioma.
Tribunales de Bruselas o de la Haya deciden quien compra Endesa, o si se pueden subir los peajes del las autopistas, y la cosa no tiene visos de retroceder y sin embargo, florecen como nunca los terruñismos de toda especie y andamos, tarde sí y día no, a vueltas con independencias, autodeterminaciones y zarandajas de ese pelo.
¿Se han vuelto todos locos o qué?, ¿en qué quedamos?, ¿nos reunimos para ser más competitivos o cada uno tira para su casa y amuralla hasta los tiestos?
No sé, pero pensando mal, que es lo que uno piensa cuando tiene que trabajar en verano, se me ocurre que esta ardorosa manía por buscar independencias es un intento de desquite por la poca libertad que le queda a las personas.
Quizás este furor de las autodeterminaciones se deba a que entre la hipoteca, el contrato de seis meses, el salario de setecientos euros y la amenaza de que alguien sin papeles se ofrezca a currar por la mitad y sin seguro, lo que queda para seguir pensando que mandamos algo es llamar nación a nuestro pueblo.
Es una historia vieja: como éramos mortales, imperfectos y limitados, inventamos a Dios, dicen algunos.
Como somos unos “pringadetes”, nos dedicamos a crear países, repiten otros ahora.
Un chiste viejo. Sólo eso.

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