07 enero 2010

Resurrección en Valbuena



Dicen que sólo donde hay sepulcros puede haber resurrecciones, pero a veces puede valer la pena el mal trago de pasar por la sepultura, porque volver a la vida es mayor triunfo que simplemente seguir viviendo. Y aporta otra experiencia.

De saber ir y volver sabe mucho Valbuena de la Encomienda, una pequeña aldea leonesa sobre los altos del Manzanal, en un rincón casi extraviado del municipio de Villagatón-Brañuelas.

Fundada en lo más recio de la Edad Media como dominio de los Caballeros de Malta, su nombre completo impresiona casi tanto como los prados y las peñas que lo rodean: Valbuena de la Encomienda de San Juan de Jerusalem. Madoz la cita por sus aguas medicinales y los romanos intentaron sacar oro de sus montes, pero acabaron marchándose a las cercanas minas del Médulas.

En medio de una comarca agrícola y ganadera, el pueblo se distinguió siempre de los de su entorno por un especial espíritu emprendedor e industrial, pues allí se concentraban los molinos, hasta ocho, y las herrerías que daban servicio al resto de la zona.

Luego, con los años, la minería impuso su ley en aquellos montes y el pueblo fue decayendo, en parte porque había sitios más interesantes para ganarse la vida y en parte porque ninguno era realmente mejor: también se muere de éxito, cuando los campesinos prosperan lo bastante para enviar a sus hijos a estudiar a las ciudades en vez de atarlos a la tierra.

A finales de los años noventa, Valbuena quedó prácticamente abandonado, con sólo tres o cuatro vecinos que pasaban por allí de vez en cuando a remendar goteras y arrancar de las manos la guadaña a la parca para cortar las escobas y sardones que amenazaban con devorar el pueblo.

A cualquiera que preguntase por Valbuena le decían que estaba vacío, pero luego, poco a poco, el pueblo ha ido reverdeciendo en proyectos novedosos, hasta verse este verano con más de trescientas vacas pastando en sus prados, dos casas rurales abiertas, un coto de caza en plena explotación y media docena de edificios en obras de rehabilitación. Hasta la vieja iglesia, con sus muros casi más anchos que altos, se ha visto remozada y consagrada de nuevo, después de la restauración. La fiesta que se organizó para inaugurar la Iglesia fue como si se celebrase la resurrección del pueblo.

Porque dejando a un lado el derrotismo es posible hacer volver a la vida a pueblos como este, desahuciados por todos. La fórmula puede parecer mágica, pero no lo es: un ayuntamiento que no pone trabas, una Junta Vecinal que da todas las facilidades posibles e inventa las imposibles, y un grupo de gente, pequeño pero tenaz, dispuesta a no prestar oídos a los eternos sembradores de desalientos.

Vivir no es una opción: es un deber. A ver si nos quedamos con la copla.

1 comentario:

  1. Te deseo de todo corazón la mejor de las fortunas con esta resurrección.

    Es esperanzador que, en estos tiempos, todavía queden locos que sigan inviertiendo.

    Saludos.

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