19 enero 2008

La obviedad como utopía



A veces, viendo el panorama, piensa uno que va a ser verdad aquello de que cambiar de voto en España es como cambiar de camarote en el Titánic. Y es que con los políticos y los sistemas electorales pasa un poco como con los bares y la clientela, que se eligen mutuamente por afinidad.
Del mismo modo que un pub o una cafetería seleccionan a los clientes mediante sus precios, la música que ponen o la decoración con que se ambientan, una ley electoral como la nuestra promueve la llegada a la política de cierta clase de personajes, a medio camino entre el superhéroe y el carterista, entre el visionario y el contable de plaza de abastos. En semejante hábitat, si se me permite el símil ecológico, la aparición de un candidato que pretenda limitarse a desempeñar su cargo en beneficio de sus electores sería tan extraña como la contratación de un camarero al que sólo le interesase satisfacer a los clientes.
¿Qué pasaría con ese camarero? Lo despedirían, por supuesto. Lo mismo que al político, porque debemos tener claro ante todo que a nuestros representantes no los elegimos nosotros, sino sus partidos respectivos. El sistema de listas cerradas supone eso, ni más ni menos: es el empresario, o partido político, el que decide qué clase de personas y que nombres concretos son elegibles, mientras que nosotros como votantes, o clientes, sólo podemos escoger entre lo que previamente han pasado la criba.
En la práctica, el sistema de listas cerradas supone una tutela por parte del aparato político establecido, que decide quiénes son y quiénes no son aptos para presentarse a unos comicios. De este modo, los candidatos son en primer lugar deudores y tributarios de esos engranajes y no de sus electores, y saben perfectamente que la satisfacción de sus votantes no garantiza su continuidad mientras que la docilidad con el partido se suele gratificar con un buen puesto en la siguiente lista.
Nuestros políticos, por tanto, ofrecen lealtad a sus electores a sabiendas de que en realidad deberán estar más pendientes de lo que opine el partido que de lo que contentos o descontentos que estén los votantes con su desempeño. O dicho de otro modo: se casan ya pensando en otra.
Puede oponerse, sin duda, que el partido quiere ante todo ganar las elecciones y que para ello debe proponer candidatos que satisfagan al electorado, pero esto sólo es cierto en los puestos más altos, media docena a lo sumo. Será candidato a presidente del gobierno el que más guste a la ciudadanía, sin duda, ¿pero quién irá de número dos, de tres y de cuatro en las listas al senado por Jaén o por Zamora? El que menos problemas plantee, por supuesto.
El sistema de listas cerradas, en suma, es una vulgar trapisonda para escamotear a los ciudadanos la posibilidad de elegir a las personas capaces que se presentan por cada partido, desechando a los mediocres, los corruptos y los inútiles. En todas las formaciones hay gente con buenas ideas y gente a la que uno no querría ni despiojar al gato: ¿por qué tenemos que quedarnos entonces con el lote completo, como en el remate de una feria ganadera?
Y eso no es todo.
La otra circunstancia legal que conforma nuestro paisaje político, es la extraña convivencia en nuestra ley electoral del modelo territorial con el modelo proporcional. Esto lleva a que un escaño por Madrid cueste ochenta y cinco mil votos mientras que para conseguir un escaño por Soria sólo hagan falta dieciséis mil. Según esta cuenta, la opinión de un soriano vale por la de cinco madrileños.
Semejante despropósito lógico, aplicado a las peculiaridades regionales de ciertas tierras, lleva a que se constituyan partidos minoritarios con vocación de gobernar desde su escasez de votos. Son los que se suelen llamar a sí mismos partidos llave. Y fíjense bien que dicen llave, para abrir, y no columna, para sostener el edificio desde dentro; ni siquiera contrafuerte, para sostenerlo desde fuera. Son llave, porque quieren que otros construyan y sostengan mientras ellos entran y salen del edificio común como Pedro por su casa.
Con tanta gente con vocación de llave, y tan poca deseando se cimiento o pilastra, con no es de extrañar que en nuestra vida política haya tantos cerrajeros y tan pocos arquitectos.
La conclusión, de tan obvia, es casi dolorosa: a los electores, ya que estamos en democracia, nos gustaría poder votar a quien nos diese la gana y saber que el voto de todos vale lo mismo. Nos gustaría, sobre todo, pensar que la obviedad no puede ser una utopía.
Pero de momento, ni eso, oigan. Ni eso.

6 comentarios:

  1. Estoy completamente de acuerdo contigo. Si sólo ocurriera en estos casos, que la obviedad se convierte en utopía. Es algo que no sólo desvirtúa la política y hace muchas veces que todo resulte confuso. Saludos.

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  2. Esta vez tengo que disentir, Javier. Recuerdo una vez, al hilo del concurso que organizaste el pasado año, que K acababa llegando a la conclusión de que algo en lo que vota "to Dios" forzosamente tiene que ser una mierda, y no le termina de faltar la razón, ya que, por desgracia, la inmensa mayoría de los votantes no están capacitados para votar y desconocen por completo a quienes aspiran a reprensentarlos, y acaban votando a bulto (esto es al partido de turno). Como prueba, en las listas del senado, que son abiertas, siempre reciben más votos los primeros de las listas, por lo que si te presentas al senado, es conveniente que tu apellido empiece por "A" (tú, llamándote Pérez, ni lo sueñes).

    Otra cosa distinta es la política local, siempre que seas de un sitio no demasiado grande, donde sí que conoces a los aspirantes.

    Disculpa el ladrillo y saludos.

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  3. Anónimo8:05 p. m.

    Gracias, Arturo. Ya ves cómo vienen dadas a veces.

    Si en vez de quitar puntos del carne por hacer el burro los quitaran delDNI, más d euna acababa dadode baja en el registro civil, joer...

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  4. Anónimo8:08 p. m.

    Nada de ladrillo, Juan Carlos.

    Puedo estar de acuerdo contigo, pero eso me llevareía a decir que para votar en una democracia habría que pasar un exámen, y que los votos habría que pesarlo en vez de contarlos.

    Dicho lo cual me llamarían fascista, y me la sudaría de puro acostumbrado que estoy, pero reconóceme que no se trata de caregarse la democracia por imperfrecta, sinod e mejorarla un poc a sabiendas de que donde votan todos el resultado e suna castaña.

    Me temo que el concurso aquel hizo melle ideológica en la mentalidadd emocrática d emuchos.

    :-)))

    Pues pienso conocar otro, así que vete preparándote.

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  5. Si lo vuelves a convocar, deberías hacer algo para "forzar" a la gente a votar honestamente, como adjudicar como propios a cada uno los puntos que haya otorgado a los dos relatos más votados del grupo.

    Saludos.

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  6. Como la honestidad haya que forzarla, vamos de cráneo
    :-)))

    Yapensaré algún mecanismo más, pero te aseguro quealguno había, aunque fuese confidencial para que no lo volasen

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