14 octubre 2007

¿Y qué hay del puente de mi pueblo?


Tenemos en estos días temas de sobra para hablar. Que si los atentados en Yemen y en el Líbano, cumpliendo a rajatabla aquel dicho de que no hay en el mundo un pu ado de tierra sin una tumba espa ola. Tenemos el orgullo gay, con millón y pico de participantes de toda Europa; tenemos la jornada final de los juicios de los atentados de Atocha, aquellos que unos dicen que cambiaron un gobierno y otros dicen que simplemente acabaron de ayudar a caer al que había.
Y precisamente por la dificultad para elegir, por lo sesudo y lo dramático que se pone todo el mundo, creo que es el momento de preguntar: ¿y con el puente de mi pueblo qué coños pasa?
Porque el caso es que ya va para seis o siete a os que una riada destruyó el puente que une, (o que da paso, porque unirnos no nos une ni Dios) San Pedro de Ceque y Uña de Quintana. Siete a os y así estamos, como entonces, vadeando el río en plan John Wayne cuando se puede, o dando más vueltas que Moisés en el desierto.
Y es que es la leche, oigan. Que si ya hay presupuesto. Que si ya está aprobado. Que si lo van a hacer de un momento a otro. Que si de este mes no pasa el comienzo de las obras, pero seguimos igual: con un puente en ruinas que dentro de poco no podremos retirar porque nos lo van a catalogar como patrimonio arqueológico los de cultura.
Mucho politiqueo por todas partes, mucho vete y ven, peor el caso es que los servicios mínimos, los que hay que cumplir, lo que diferencia a un país normal de una monarquía platanera, siguen pasándose por alto.
Se supone que tendría que haber cosas que no son negociables. Se supone que los impuestos los pagamos todos independientemente del partido que gobierne el pueblo, y que por esos impuestos abonados tenemos derecho a unos mínimos. Y no estamos pidiendo el Metro, carajo, sino sólo que la red viaria funcione. Por no pedir, no pedimos ni que asfalten la carretera: sólo que sea transitable.
Pero es que ni eso, oigan. Siete a os con un puente derrumbado, no se sabe si a la espera de que gane las elecciones un partido del agrado de quien corresponda, o de que se levante con el pie derecho un lisiado que tiene los dos izquierdos.
Por este camino no nos desprendemos del rebufo del franquismo, porque vamos a votar, so amos por las noches con que tenemos una democracia, pero a la hora de la verdad dependemos de la aplicación de esa reputada figura jurídica que es el capricho administrativo.
Y para esperar a que se respeten nuestros derechos a que se le ponga en los cataplines al jefazo de turno, casi estábamos mejor con el tío Paco. Por lo menos nos podíamos cagar en sus muertos sin que a nadie se le ocurriera venirnos con monsergas de voluntades populares.
Por lo menos con Franco si te tomaban el pelo podías pensar que las cosas mejorarían cuando llegase la democracia. ¿Pero así qué hacemos?, ¿Subir los cachos del puente a un trailer y dejarlos delante de la Diputación o de la Junta?
Pues igual hay que hacer eso. Manda carajo.

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