08 enero 2007

Que les vaya bien (o que no)



A veces tengo la impresión de que los buenos deseos, tan comunes en estas fechas, son parecidos a las buenas intenciones: una temible arma de guerra en manos de desaprensivos.
Las obligaciones sociales se enmarañan, se entraman y se entrampan hasta originar verdaderos laberintos, competiciones soterradas sobre quién es más cumplidor, queda mejor, o envía tres días antes la tarjeta o el parabién.
Sinceridad, la de siempre, viniendo de los de siempre, por supuesto, pero hasta los bancos te escriben deseando felices fiestas y un feliz año entrante con dichosa hipoteca un punto más cara. Los bancos, y los grandes almacenes, que introducen la fecha de tu cumpleaños en una base de datos para que automáticamente te felicite el ordenador cuando llegue el momento.
No veo mal estas prácticas. Cada cual se gana los cuartos como puede. Lo que veo doloroso, duro, y hasta si quieren sangrante, es que haya quien se sienta agradecido por estas felicitaciones y estas palmadas en la espalda propinadas por un maniquí. Lo malo no es que se haga: lo malo es que se hace porque funciona. Lo malo es que funciona porque el nivel de soledad al que hemos llegado nos conduce a agradecer cada sonrisa, aunque sea de cartón piedra, aunque sea por la tele, aunque sea la del cocodrilo.
Nos aislamos. Nos amurallamos. Desde hace siglos sabemos que el hombre es un lobo para el hombre, pero las sociedades pequeñas comprendían mucho mejor que nosotros el concepto de contrato social: si al otro le va bien, tú prosperas. Si sube el nivel del agua, se elevan todos los barcos, tanto los grandes, como los pequeños.
Pero ahora parece que no lo creemos. Tratamos de competir con el de al lado no como siempre, tratando de superarle, sino con la táctica viciosa del rebaja y crecerás. Y para eso también vale saludar antes, felicitar más, parecer más amable que él o más sensible a las penurias ajenas.
Sobre todo más sensible. Ese es el truco, pero es sólo un truco, créanme.
Decían los sabios antiguos, aquellos que eran sabios profesionales y habían nacido en Atenas o en Helicarnaso, que al buen amigo se le conoce en la dificultad, y que si un día estás enfermo, en prisión o en un apuro, será entonces cuando veas quienes te aprecian y quienes no. Pero los sabios antiguos no conocían esta moderna forma de corrupción que es el voyeurismo sentimental y la solidaridad obligatoria; no conocían la pornografía de la lágrima fácil, el achuchón de cartón piedra y el apenarse por el qué dirán; no conocían el perfecto cumplimiento, palabra formada, como todos saben, por la unión de cumplo y miento.
Yo, que en vez del diploma de sabio tengo solamente un puñetero título de contable, y que en vez de ser de Atenas soy de san Pedro de Ceque, creo que tengo que decirles todo lo contrario: prueben un día a llegar a su barrio o a su pueblo diciendo que les ha tocado la lotería, que les han hecho directores generales de algo o que un tío multimillonario les ha dejado de herencia una mansión en Venezuela y entonces, entonces sí, verán quiénes son de veras sus amigos: los cuatro que se alegran; los cuatro que no cogen una úlcera en cuanto se enteran.
A lo mejor sería bueno decirlo aunque fuese mentira. Por probar a los amigos como probaban las tentaciones a los santos.
Sería bueno probar. O mejor no. Mejor dejarlo como está.
Feliz año nuevo.

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