04 marzo 2009

Cuatro mil semanas de embarazo


El mundo es una válvula, o eso parece, oigan.
Estos días, con la historia de la pobre italiana a la que unos quieren dejar de alimentar y a la que otros quieren seguir manteniendo en coma después de diecisiete años en el limbo, se plantean cuestiones que antes se llamaban éticas y ahora simplemente de café, porque la ética no llega en muchos casos más allá del azucarillo y la ración de patatas bravas.
El caso, si se fijan, es que con la extraña mecánica que manejamos, propia de fabricantes de botijos electrónicos o sonajeros extraplanos, el mundo es un sitio donde al que quiere entrar no le dejan entrar y al que quiere salir no le dejan salir. Bien mirado, y con semejante descripción, suena a cárcel privada, si es que puede existir tal cosa o no existe ya en algún paraíso ultraliberal.
Y algo de eso hay. Lo único que no cuadra del todo es que la prisión en que se está convirtiendo esta parte del planeta no es privada, sino pública, estatal y hasta colectivista. Parece como si el Estado se hubiese considerado a sí mismo San Pedro y quisiese demostrar quién tiene las llaves de la puerta. Del feto dicen las leyes que no es humano, aunque tenga su propio ADN, porque no está aún en la vida, y al enfermo terminal le sustraen su derecho a decidir, seguramente porque tampoco lo consideran humano al estar demasiado cerca de la muerte. Como ven, hasta para tener DNI hay que ser de centro, porque como te acerques a uno de los dos márgenes te joroban.
Vivimos en un mundo sin mentiras ni verdades, en el que todo es del color del cristal con que se mira y en el que los hechos sólo se acreditan sumando votos. A este paso, y con esa bobería de que la democracia verifica cualquier cosa, llegaremos a legislar que el clima no puede cambiar, que las epidemias de gripe no pueden durar más de diez días y que la crisis se acaba en marzo, justo después de las elecciones autonómicas y europeas.
La realidad, por su parte, debe de ser una reaccionaria de cien puñetas, porque se empeña en pasarse por el forro las votaciones y sigue a su propio aire, cada vez más alejado de las cosas que se discuten y más ajeno a las explicaciones, peregrinas de ida y vuelta, que se quieren dar a las conveniencias de cada cual.
Propongo yo, por todo esto, y con los apoyos que suscita cada movimiento, que quien quiera tener una muerte digna no pida que le apliquen la eutanasia, sino la ley del aborto, pero con carácter retroactivo. Si dices que quieres que te desconecten para tener una muerte digna te van a contestar que no tienes derecho a tal cosa, pero si dices que quieres abortarte a ti mismo después de cuatro mil semanas de gestación, seguramente salga en tu favor una pandilla vociferante exigiendo que se respete tu derecho a la interrupción de embarazo.
Y si aún así te ponen pegas, alega depresión. O peligro para la salud, que cuela fijo.
Javier Pérez

No hay comentarios:

Publicar un comentario