04 marzo 2009

Bajada de precios (Dios te libre)


¡Qué buena cosecha vamos a tener este año!, dijeron los hombre el primer día del diluvio.
Perdonen la broma, para empezar, pero eso mismo es lo que nos va a pasar con la bajada de precios, conocida entre los técnicos como deflación.
Antes de las elecciones se nos prometió a bombo y platillo que las grandes subidas de precios iban a terminar muy pronto y que en pocos meses veríamos cómo se controlaban las escandalosas cifras inflacionarias. Por una vez, tuvieron razón, pero lo que se cuidaron muy mucho de decirnos fue que aunque los pisos bajaran serían cada vez más difíciles de comprar.
Porque la deflación es eso: una bajada y continua y generalizada de precios que hace cada día más caras las cosas. Raro, ¿verdad?
No tanto, si se piensa despacio. Cuando los precios bajan de manera sostenida, todo el mundo espera a comprar un poco más tarde para comprar más barato, con lo que se detiene la producción, ya que se vende menos. Entonces, a los que tenían dinero y se lo guardaban para comprar más adelante, se unen en la fiesta del no consumir los que ya no lo tienen porque han perdido su trabajo, y las administraciones públicas que no pueden repartir tan alegremente como antes, porque han visto bajar la recaudación.
Así, el desastre está servido, porque las empresas ven cómo se llenan sus almacenes, y tienen que bajar más los precios en un desesperado intento de que sus productos no caduquen o se queden obsoletos. El ejemplo de andar por casa está bien claro: ¿Cuánto vale un yogurt? Treinta céntimos, por ejemplo. ¿Pero cuánto vale dos días antes de caducar? El supermercado lo venderá en lo que pueda, antes de tirarlo. Pues como con eso, con todo.
De este modo, los que se afanaban en acumular nubarrones contra la construcción, se encuentran con que al bajar los precios se dejan de construir pisos, se quedan si trabajo los obreros del ladrillo, y detrás de ellos van todas las industrias y comercios auxiliares. Los pisos bajan, es cierto, pero cada euro que cuestan ahora es mucho más difícil de ganar o de conseguir prestado que antes, con lo que su coste real, el esfuerzo que le supone a la gente adquirirlos, es muy superior al de hace un par de años.
Y lo mismo que con los pisos pasa con los coches, y poco a poco con otros bienes, como los electrodomésticos, los muebles, y así se seguirá bajando en la escala hasta que se llegue a las lentejas y los garbanzos. Y les advierto desde ya que los manuales no hablan de cómo se sale de la deflación, porque es algo que por estas tierras nunca se había visto.
Menos mal que, como dice el gobierno, las cosas mejorarán en marzo. Quince segundos después de que se cierren las urnas de las elecciones europeas y autonómicas. O medio minuto antes.
Menos mal.
Javier Pérez

2 comentarios:

  1. Al final va a ser cierto que la economía es un estado de ánimo (de un tipo paranóico y esquizoide).

    Saludos.

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  2. La economía lo que tiene es una rama de magia negra, me temo, que a vceces, demasiado a menudo, se impone en el ánimo común.

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