27 mayo 2008

Nacer para rico



En principio debería ser buena cosa. Debería ser bueno que la gente no tuviese ya que mirar el último céntimo y vivir con la vista puesta en la miseria que conoció, o en la que lleva dentro, grabada a fuego, sin haberla padecido nunca.
En España, hasta hace poco, abundaban los pobres vocacionales, los hambrientos por devoción y los miserables por deporte. No me miren mal, que no me burlo de los necesitados: me refiero a toda esa gente que esperaba el desastre, y ahorraba para el desastre, y sabía sólo vivir pensando en el desastre, manteniendo su cantilena hasta morir defraudados, con la luz apagada, la calefacción apagada, y veinte millones en el banco. Eran pobres porque sólo valían para pobres, y nos decían de cuando en cuando que nos hacía falta "un buen hambre". ¿Y para qué nos hacía falta un buen hambre? Para ser tan arrastrados y tan miserables como ellos, por supuesto. ¿Para qué si no?
Ya no abundan, gracias a Dios, pero seguro que a alguno de estos conocieron, y no me negarán entonces que la miseria no era, muchas veces, una condición económica, sino más bien una condición moral. Un carácter psicológico.
Ahora, sin embargo, nos sucede lo contrario, y también es para preocuparse. Ahora podemos ver a menudo a gente que entiende que el bienestar crece en los árboles y es un derecho que se adquiere al nacer, por el hecho de haber nacido. Los tiempos, y su bonanza, han hecho surgir a un tipo humano que cree que el Estado, o sea los demás, debe garantizarle que no le va a faltar nada.
Esto podemos verlo sobre todo en los más jóvenes, en gente de mi edad y diez años menos, convencida de que tener un piso en el centro es un derecho, de que no se puede vivir sin coche, de que no se puede vivir sin teléfono móvil, de que vale más morirse que privarse de salir de copas.
Son los que han nacido para ricos. Y resulta que a menudo no lo son, y por eso se deprimen, se emborrachan para olvidar, se empastillan para no reconocerse o se frustran en su esquina, acumulando resentimiento.
No es cierto que no haya donde vivir y se siga con los padres por obligación. No es verdad: se puede vivir en el pueblo, a diez o quince kilómetros del trabajo, y comprar una casa cojonuda, con corral y garaje, por seis o siete millones, en vez de los veinticinco o treinta que cuestan en un barrio de la capital. Pero el pueblo es aburrido, no hay gente, no se luce el modelito, y es duro. El pueblo es para pobres.
Se puede vivir en el pueblo, tardando menos en llegar a cualquier lado de lo que tarda un madrileño en verse con sus amigos, pero eso no. Es mejor hipotecarse treinta años, comprar coche nuevo y seguir saliendo. Cualquier cosa es mejor que reconocer que hemos ido hacia abajo.
Cualquier cosa es mejor que reconocer que nos hemos dejado comer la merienda y somos en realidad más pobres que nuestros padres.
Los de mi generación nacimos para ricos y pensamos y nos comportamos como tales, aunque no tengamos un duro y tengamos que esperar la propina de la abuela para cambiar de vaqueros. Es como antes: una condición psicológica más que económica. Una manía de idiotas que viven en la vida de otro, en una vida que vio y que quiso copiar. En cualquier vida menos en la suya.
A lo mejor sería bueno repetir por las mañanas, a diario, ante el espejo: me la metieron doblada. Ya no soy clase media.

8 comentarios:

  1. Anónimo10:52 a. m.

    Muy bueno el articulo, desde luego muchos nos reconoceremos en el.
    Un saludo

    ResponderEliminar
  2. Si los de tu generación se nacieron para ricos, los que tienen veinte años menos no quiero ni contarte (boca de rico y bolsillo de mendigo, que se dice por mi pueblo).

    Incluso así, la realidad es tozuda (o contumáz, que dirían algunos) y no suele avenirse a razones, ya sean buenas o malas.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  3. Amigo,
    con respecto a lo que dice, no le falta cierta razón aunque yo estime que las razones éticas y estéticas, quizás, se encuentren en otros caminos.
    El sistema hereditario, el derecho de familia, a mi entender, no colabora poco en que a esos "pobres" de hoy les avale aquello que, saben, tarde o temprano, van a recibir, ya es suyo y se lo merecen.
    Las generaciones anteriores, poco o nada podían esperar y lo sabían.

    Como ve, he vuelto a su casa y la mía de nuevo y, al ver que usted ha publicado un nuevo libro, le felicito de corazón.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Anónimo11:08 p. m.

    Reconocer ser de clase media, no sé, cuando reconocemos eso, no sé, pienso , luego expreso conclusión.

    ResponderEliminar
  5. Gracias Mombuey.

    Las generalizaciones son injustas, pero son lo único que ilustra, creo yo.

    salud

    ResponderEliminar
  6. No te creas, Juan Carlos: esta clase de ideas moldean la realidad, proque el que nace para rico no trabaja por menos y a menudo prefiere quedarse en casa, pobre y tirado, que ceder.

    Y aunque ceda al final, ya no tiene vida con qué, y eso afecta al conjunto.

    Y si no ya lo verás cuando nos toque cobrar la pensión...

    ResponderEliminar
  7. Gracias susy. Tiempo sin vernos, la verdad.

    El sistema hereditario se compoensa cpon el alargamiento de la esperanza de vida. Muchos heredaremos o heredarán a los sesenta años, y entonces ya no servirá de nada.

    Nos vemooooooooos

    Besotes

    javier

    ResponderEliminar
  8. Cuando reconocemos eso, Jesús, es que no somos marxistas.

    :-)))

    ResponderEliminar