09 julio 2007

La hora de los trileros


Y ahora que han pasado las elecciones llega el momento de ver lo que hacen con eso que nos han sacado como si fuese una muestra de sangre: el voto. Ahora será cuando una vez más veremos por el forro de dónde se pasan los políticos la voluntad popular, el sufragio universal y todas esas mandangas en las que amparan sus doradas jubilaciones, sus dietas que nunca adelgazan y sus privilegios de canónigo medieval.
Y no se crean que les van a faltar pretextos del tipo de que los pactos reflejan la voluntad popular a través del respeto a la diversidad y a las minorías, o aquello otro, tan bueno, del equilibrio de sensibilidades. Pero ni caso: aquí lo que ocurre es que llegó la hora de la aritmética, y las ideas ya no cuentan y no importan, más que nada porque las ideas no tienen expresión numérica y se trabaja mal con ellas a la hora de sumar o de restar. Ahora ya da igual si llevamos todo la campa a mentándonos la madre que nos parió, o llamándonos ladrones, puteros o pederastas. Esto va a ser como aquellas castizas peleas en broma de Juanito Valderrama y Dolores abril en las que a fuerza de ponerse a bajar de un burro acababan cada día más amartelados y declarándose amor eterno. Esto va a ser la rechufla gótica, con palio, butafumeiro palio y con monaguillos revestidos: rechufla de solemnidad.
De pronto se olvidan los insultos, los agravios y las diferencias, porque llega la hora del reparto y hay que estar bien avenido para que no caigan migajas donde no deben. Y uno, que ve estas cosas desde fuera, echa de menos a aquellos soldados que se rifaron la túnica de Jesucristo, porque por lo menos eran todos del mismo ejército y no se juntaron sólo par hacer lotes.
Nuestro sistema electoral permite y hasta fomenta que sean los partidos minoritarios los que al final impongan las condiciones a los más votados, y así, con un poco de voluntad y cuatro duros que ponga un banco (o aún mejor una caja de ahorros, que no es de nadie) a condición de vaya usted a saber qué ojos cerrados, se puede impulsar un movimiento político que con dos esca os y un concejal desequilibre la balanza.
Y ya no es cuestión de ser desconfiado; basta con escuchar: las palabras que se emplean nunca son inocentes y resulta que esos partidos gustan de llamarse a sí mismos la llave. ¿No se dan cuenta? Ya nadie quiere ser muro, ni pilar, ni bóveda de la sociedad. Quieren ser llave. Quieren ser los que entran y salen, los que abren y cierran pero sin sostener ni levantar nada.
A ver cuándo llega el día de que se sinceren de una vez con nosotros y esos partidos minoritarios se atreven de una vez a decirnos que en vez de llave quieren ser alforja. Y entonces, sí, tendremos que reconocer que no nos mienten.
Mientras tanto, hagan juego.
Javier Pérez

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