08 marzo 2008

Hosteleros con garfio de oro


Que sí, que la cosa está mala y que la crisis induce a los turistas a gastar cada vez menos y mirare más la cartera. Y no sólo a los turistas, con lo que se resiente el sector. Que sí, que no hay duda de que la hostelería, a falta de mejor ocupación, es el motor, el carburador y el chasis de nuestra economía, y que cuando vemos cerrar una tienda de topa, de fertilizantes o hasta un kiosco de gominolas, lo primero que se nos pasa por la cabeza es que van a poner un bar. Otro bar.
Todo esto es cierto, ¿pero no les parece a ustedes que los hosteleros también se han pasado catorce pueblos y tres partidos judiciales en estos años? Porque no hace tanto que un café valía veinte duros y un vino sesenta pelas, y de golpe y porrazo, con la entrada del Euro, se duplicaron los precios. Nada de subidas moderadas, no: el doble.
Se han pasado. Han tenido la impresión de que no había límite. Han trabajado a menudo como el que entra a saquear un país enemigo, y eso tarde o temprano se paga. Lo pagarán los que menos culpa tengan, pero se paga.
Y la gente es tonta hasta donde lo es: si antes salir a tomar un par de rondas con los amigos te costaba mil pelas y ahora te dejas quince euros, pues sales menos.
Lo peor del caso es que la inflación no sólo se ve en los precios, sino también en el servicio, con trucos tan bajos, tan rastreros y tan miserables como cambiar la cristalería por otra con una capacidad ligeramente menor. ¿Alguien se ha parado a comprobar el cubicaje de una caña?
Yo sí, y les cuento: al limpiar los almacenes de una vieja taberna en las montañas aparecieron varios cientos de botellines de cerveza y un montón de vasos y jarras de los que se usaban para servir, y resulta que comparados con los que ponen ahora parecían casi bañeras. Los botellines, que ahora son de veinte centilitros, eran de treinta y tres, y los vasos para la caña, otro tanto. Conclusión: que antes de un litro salían tres cañas y ahora salen cinco. Casi el doble. Y con los vinos, parecido. Si alguno de ustedes ha trabajado de camarero sabrá que de la vieja orden del patrón era que de la botella tenían que salir seis vinos. Ahora la consigna es que salgan ocho. En coponas a lo Heraclio Fournier, eso sí, pero el vino sólo manchando el fondo. Ya ni aquello de "agua va" nos gritan al servir el vino. En los vasos que ponen en muchos lados, ni agua cabe con holgura.
Si unimos a esto que en muchos sitios la tapa es cada vez más panadera, el café más carbonilla y los bollos más revenidos, no es de extrañar que la gente se eche atrás y empiece a estirar las consumiciones para seguir dando palique con los amigos sin rellenar el vaso.
Y ea que si nuestra economía está en manos de las grandes multinacionales es malo, pero parece que si está en manos de los taberneros, de algunos de ellos, todavía es peor.
¡Qué envidia le darían a Long John Silver si los viera!

4 comentarios:

  1. Javier:

    Creo que en tu detallado pandemonio apenas se te ha escapado un detalle: que apenas quedan profesionales como Dios manda.

    Es realmente notable encontrar un bar donde sepan poner una caña, porque, más que tirar la cerveza, se limitan a dejarla huir del grifo, y un bar, que antes, repleto, era sobradamente atendido por un camarero, ahora es malregentado por dos.

    Y esto pasa porque es raro ver a algún camarero seis meses seguidos en su puesto, además de porque hemos puesto el nivel de exigencia muy bajo.

    Saludos y suerte.

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  2. Tienes roda la razón, peor yp eso lo combato con una norma: si ellos me cambian de poerdsonal yo cambio de sitio, y ya sé que a veces no es culpa de los propietarios, pero otras veces loquepasa es que exigen 14 horas y pagan ocho. Y todavía le dicen al currante: las midsmas que yo hago.

    ¡Nos ha jodido!

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  3. Precioso texto, ahora buscaré ese autor que mencionas.

    Saludos.

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  4. Gracias, corredor, pero no sé a qué libro te refieres.

    salud

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