11 marzo 2008

Cuélgate o me crispo


Que está bien ser comprensivo. Que sí. Que hay que respetar la sensibilidad de los demás. Vale. Que hay que tratar de evitar las provocaciones y comprender que la convivencia pasa por ceder en unas cosas y exigir en otras. De acuerdo en todo.
Pero oigan: cuando alguien me dice que celebrar la fiesta nacional o sacar la bandera de mi propio país a la calle (¡y a mi propia calle!) puede herir sensibilidades, ¿qué tengo que pensar?, ¿a quién están vendiendo mi libertad?, ¿bajo qué yugo me ponen?
Y si el que lo dice es además el que representa a las instituciones del país, ¿qué está pasando?
No sé ustedes, pero yo lo veo bastante claro: aquí hay sensibilidades de primera y de segunda. En este asunto, como en otros muchos asuntos, están a un lado los que vocean, y pueden vocear lo que les dé la gana, y a otro los que callan, y tienen que callar cada vez más para no ofender a los que vocean.
Si en vez de sacar la bandera española el día del Pilar sacáramos la bandera francesa un catorce de julio para celebrar lo que a todos nos ayudó a progresar la toma de la Bastilla, ¿se quejarían los nacionalistas? No. Fijo que no. Porque para ellos Francia no es el enemigo, ni el objeto de su odio ni de su desprecio.
La bandera española, el himno, y cualquier otro símbolo parecido les molesta porque lo consideran enemigo. Y la verdad es que por mí pueden tomar por enemigo al lucero del alba o al zar de las siete rusias, pero lo que me molesta, lo que no puedo tolerar es que encima traten de imponerme sus preferencias y me digan que les provoco si soy el que soy, opino lo que opino, o me siento como me siento. Lo que no se puede consentir, de ninguna manera, es que las instituciones, las propias, las que yo pago y se supone que me deben un respeto, me manden callar porque se cabrean los que me odian.
Porque lo que me dicen está bien claro: si su nacionalismo me cabrea, me jorobo. Si mi nacionalismo les cabrea, me jorobo también. La conclusión es obvia: ese es el trato del señor hacia el vasallo, que impone siempre su ley, su norma, y su capricho.
Parea contentarles y que estén felices, queda que me suicide, supongo.
No pierdan de vista la idea porque, dependiendo de cómo salgan las cuentas de las próximas elecciones, lo mismo nos piden que nos colguemos de un pino.
Para que no provoquemos.
Para que no se crispen.

4 comentarios:

  1. Con los nacionalistas sucede algo similar al que tiene uno de esos niños malcriados, chillones y egoistas, y que, para dejar de escuhar un instante sus gritos, no deja de hacerle concesiones, con el resultado de que estas van cada vez mas lejos, hasta alcanzar límites disparatados.

    Lo suyo hubiera haber sido poner coto cuando esto empezó a despandarse, pero , antes o depués, hay que plantarse, y, cuando antes sea, mejor.

    Claro, eso si nuestros dirigentes fueran hombres de estado, pero visto lo visto, iremos buscando una cuerda suavecita.

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  2. Anónimo11:54 a. m.

    No le dé más vueltas, asumamos con la mayor elegancia posible nuestra melancólica condición austrohúngara.

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  3. Ja,ja,ja. Genial, weininger z.

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  4. Por ahí van las cosas, y os lo digo a todos.

    Por ahí, proque hay partidos cuyo único discurso es combatir cualquier limitación.

    Por ahí, proque nuestra condición de austrohúngaros es lo que nos va quedando de identidad.

    Y por ahí, proque todavía tenemos humor para reírnos.

    la cosa es quela risa se avaba cuandode pronto el pastel no llega para todos, y entonces, que es ahora, veremos lo que pasa.

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