11 noviembre 2006

El poder de la alambrada


Es un hecho: nuestro mundo se amuralla. A gran escala y a pequeña. Se amuralla por todos lados. Algunos países empiezan a construir grandes muros que los separen de sus vecinos; el de Estados Unidos con México y el de Israel con Palestina son los más llamativos, pero no los únicos. En el día a día, podemos ver también cómo se han ido levantando verjas en los parques públicos y como cada vez son más las urbanizaciones que vallan su perímetro, y hasta ponen cámaras y guardias de seguridad en los accesos.

Esta nueva situación me trae a la memoria la controversia sobre cuándo puede decirse que el Imperio romano desaparece como tal, o desaparece como idea. Uno de los postulados, para mí el más interesante, afirmaba que el Imperio romano claudica como tal cuando Aureliano ordena en el año 270 que se amurallen las ciudades.

Cuando el emperador cursa semejante instrucción no sólo las previene para la defensa, sino que además les dice, de modo tácito, que cada cual tendrá que valerse por sí mismo porque el Imperio ya no existe. Ese es el verdadero principio de la Edad Media.

Amurallar es tanto como reconocer que no se tiene ni la fuerza, ni la decisión, ni la confianza para hacer valer la propia ley. Cuando se siente la necesidad de levantar un muro, es porque se confía más en la fuerza del alambre, del cemento y de la piedra que en el vigor de tus instituciones.

Verjan los jardines porque la policía no basta. Vallan las urbanizaciones, porque no confían en el orden que imponen las autoridades. Construyen muros como el de Israel o estadios Unidos porque no se ven capaces de hacer cumplir sus propias leyes de inmigración.

Los muros son siempre señal de debilidad, y parece mentira que hayamos olvidado tan pronto que el de Berlín, y el famoso Telón de Acero, una inmensa línea de alambradas, se construyeron para que la gente no escapase. En la actualidad se levantan para que no entren desde fuera, pero la conclusión es la misma: pura debilidad.

O como dijo un alcalde amigo mío, al que le afeaban no cortar una calle con dos pilotes de cemento para peatonalizarla de veras y que no se colasen los coches: “con una señal de circulación prohibida tiene que bastar. Y si con la señal no basta, mala cosa, porque si pongo los pilotes, la autoridad en este pueblo la tendrán los pilotes y no el ayuntamiento.

Sí señor alcalde, es verdad: cuando empiezan a mandar las alambradas, mala cosa. Muy mala.

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