07 mayo 2011

EL ABISMO

Tenía yo un amigo —y digo tenía porque vete tú a saber— que se pasaba la vida diciéndome que la abundancia de ruido exterior sirve sobre todo para ocultar de algún modo el ruido interior, permitiendo que uno se vaya a la mierda sin mayor preocupación sobre las verdaderas causas que te llevan a tan concurrido sendero. Y como resulta que ya no lo veo más que de Pascuas a Ramos, aprovecho este hueco que no vendimos para decirle y deciros que sí, que tiene razón, que cuanto más cabreada está la gente con su vida más canales de televisión contrata y más alta pone la radio, igual que cuanto peor toca un grupo de música más potencia le echa a los altavoces, acaso en un desesperado intento de que todo el mundo se quede sordo y baile, simplemente baile al ritmo de la batería.

Antes, quien se lo podía pagar, construía un jardín para procurarse tranquilidad; ahora resulta que encontrar un bar o una cafetería donde no tengan televisión es toda una hazaña, y si eso era inteligible en los tiempos en que la gente no podía tener uno de esos cacharros en casa, hoy en día no se comprende la manía; sólo se me ocurren dos posibilidades: o la gente va a los bares a ver la tele, o la tele está para que la gente no se vaya cuando no tenga nada que decir. Aunque suene a rollo de telepredicador, da la impresión de que, a base de decibelios, está empezando a abrirse un abismo entre el hombre y su mente, una fractura capaz de anular toda reacción hasta un punto que ningún totalitarismo logró antes. Nuestro cerebro se ve asaltado por miles de martillazos en forma de imágenes y sonido, y como cualquier mecanismo de precisión sometido a ese trato, acaba por no funcionar bien, por limitarse en sus funciones. El que está rodeado de ruido, no piensa, no refllexiona, no se rebela; compra lo que le quieran vender y hace lo que se pretende que haga. No faltará quien me diga que exagero, que todos pasamos muchas horas en silencio, pero esas son falacias: también pasamos muchas horas dormidos —un tercio de nuestra vida— y eso no determina nuestro carácter, un carácter cada vez más entrovertido, más poblado por gafas oscuras, adicciones diversas a vicios solitarios e incomunicaciones de toda índole.

Sí, es cierto que el barullo exterior nos defiende de nosotros mismos, pero he de hacer una objeción al postulado de mi viejo camarada el matavacas: en muchas, muchísimas ocasiones, lo que el ruido exterior intenta tapar en realidad es el vacío, el profundo silencio dejado por incontables años de estulticia, ignorancia militante y cogorza sabadiega. Porque si duro es el grito que te explica la mierda en que has convertido tu vida peor es aún darse cuenta de que no se tiene vida alguna, que se es un subproducto de una civilización alienante y cerebrófaga que despoja los sentidos, escarnece la razón aguzando los instintos, se lleva los años sin dejar recuerdos, trueca en Aladdin al genio y la música en sintonías. Peor es aún no tener ideas que pugnen entre sí, ni deseos encontrados ni filosofías contradictorias.

Peor es aún andar por ahí con cascos, como los caballos, porque no se sabe andar con calma, como las personas.

1 comentario:

  1. En efecto, el bar que no tiene tele tiene música, si no ambas.

    Saludos.

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