30 marzo 2011

Lo que opinan los verdaderos pobres

Tal y como están las cosas, si alguien responde que no, que no conoce a ninguno, hay que preguntarle si se bajó de un platillo volante o acaba de despertar del coma en algún hospital. Porque los hay a mansalva: los que se ven y los que no se ven, aguantando malamente con cuatro perras hasta fin de mes para mantener la dignidad, que a menudo es lo único que tienen.


Hay pobres a punta pala, seamos sinceros, y para hablar de lo que es la pobreza y lo que de veras se hace por remediarla en el mundo real, ese que no sale en los periódicos, ni en los mítines, ni en las estadísticas, lo mejor es preguntarles a ellos.

Yo lo he hecho. Les he preguntado a dónde acuden cuando no hay nada en los armarios ni un duro en la cartera. Les he preguntado dónde van a comer, o dónde van a buscare unos zapatos, o un abrigo en invierno, o incluso unos euros para pagar el recibo de la luz y no quedarse a oscuras.

¿Y saben lo que les digo? Que los asistentes sociales hacen una labor estupenda, y que escuchan a al gente, y que se hinchan, se inflan, revientan a rellenar papeles y formularios para conseguir una aportación o una ayuda. Que los ayuntamientos tienen unos departamentos sociales muy brillantes, con sus especialistas en igualdad, en maltrato, en drogas y en no sé cuantas lacras más. Que la administración regional pone aquí y allá su granito de arena tratando de remediar algunos de los casos más sangrantes.

Les digo que es cierto todo eso, pero les digo también que a la hora de la verdad, cuando las cosas están jodidas de veras, cuando sólo hay agua en el puchero, cuando hace frío y no hay a dónde ir, los que dan la cara y entran de veras en contacto directo, cuerpo a cuerpo con la pobreza, son las instituciones de la Iglesia.

Son los albergues de transeúntes de los curas, los comedores de Cáritas, las parroquias, y hasta muchas veces los colegios concertados de monjas y frailes donde, a escondidas, reparten entre las familias lo que sobró de las raciones de los internos, de los comedores de los niños ricos y las meriendas de los abuelos en sus residencias de ancianos.

Por eso, aunque sólo sea por eso, yo voy a poner la crucecita en la declaración de la renta para la Iglesia Católica. Aunque me pase por el forro sus procesiones, sus sermones, su olor a rancio y sus salidas de tono ultramontanas.

Porque cuando hay que estar, están. Porque cuando llamas a sus puertas, te abren. Porque cuando los demás te dan papeles que rellenar, ellos te dan un bocata, una manta, y una cama.

Y si creen que lo mío es partidismo, o exagero, lo tienen bien fácil, ya lo dije al principio: pregúntenle a un pobre y él les contará mejor que yo.

Los hay de sobra.

1 comentario:

  1. Siembre ha sido así, aunque ahora menos, todo hay que decirlo. Los párrocos de antes (al menos un buen porcentaje) eran ONG's unipersonales; los de ahora, en su inmensa mayoría, funcionarios a los que sólo les importan sus derechos y obligaciones.

    Saludos.

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