Tal y como están las cosas, si alguien responde que no, que no conoce a ninguno, hay que preguntarle si se bajó de un platillo volante o acaba de despertar del coma en algún hospital. Porque los hay a mansalva: los que se ven y los que no se ven, aguantando malamente con cuatro perras hasta fin de mes para mantener la dignidad, que a menudo es lo único que tienen.
Hay pobres a punta pala, seamos sinceros, y para hablar de lo que es la pobreza y lo que de veras se hace por remediarla en el mundo real, ese que no sale en los periódicos, ni en los mítines, ni en las estadísticas, lo mejor es preguntarles a ellos.
Yo lo he hecho. Les he preguntado a dónde acuden cuando no hay nada en los armarios ni un duro en la cartera. Les he preguntado dónde van a comer, o dónde van a buscare unos zapatos, o un abrigo en invierno, o incluso unos euros para pagar el recibo de la luz y no quedarse a oscuras.
¿Y saben lo que les digo? Que los asistentes sociales hacen una labor estupenda, y que escuchan a al gente, y que se hinchan, se inflan, revientan a rellenar papeles y formularios para conseguir una aportación o una ayuda. Que los ayuntamientos tienen unos departamentos sociales muy brillantes, con sus especialistas en igualdad, en maltrato, en drogas y en no sé cuantas lacras más. Que la administración regional pone aquí y allá su granito de arena tratando de remediar algunos de los casos más sangrantes.
Les digo que es cierto todo eso, pero les digo también que a la hora de la verdad, cuando las cosas están jodidas de veras, cuando sólo hay agua en el puchero, cuando hace frío y no hay a dónde ir, los que dan la cara y entran de veras en contacto directo, cuerpo a cuerpo con la pobreza, son las instituciones de la Iglesia.
Son los albergues de transeúntes de los curas, los comedores de Cáritas, las parroquias, y hasta muchas veces los colegios concertados de monjas y frailes donde, a escondidas, reparten entre las familias lo que sobró de las raciones de los internos, de los comedores de los niños ricos y las meriendas de los abuelos en sus residencias de ancianos.
Por eso, aunque sólo sea por eso, yo voy a poner la crucecita en la declaración de la renta para la Iglesia Católica. Aunque me pase por el forro sus procesiones, sus sermones, su olor a rancio y sus salidas de tono ultramontanas.
Porque cuando hay que estar, están. Porque cuando llamas a sus puertas, te abren. Porque cuando los demás te dan papeles que rellenar, ellos te dan un bocata, una manta, y una cama.
Y si creen que lo mío es partidismo, o exagero, lo tienen bien fácil, ya lo dije al principio: pregúntenle a un pobre y él les contará mejor que yo.
Los hay de sobra.
Siembre ha sido así, aunque ahora menos, todo hay que decirlo. Los párrocos de antes (al menos un buen porcentaje) eran ONG's unipersonales; los de ahora, en su inmensa mayoría, funcionarios a los que sólo les importan sus derechos y obligaciones.
ResponderEliminarSaludos.